Recuerdo que cuando estaba en el instituto y nos explicaban el concepto del "escapismo literario" y el "locus amoenus", siempre me costaba entenderlo de forma total. Comprendía lo que era y lo reconocía rápidamente pero no acababa de interiorizarlo. Ahora entiendo por qué: nunca lo había experimentado. Hasta ahora, no había sentido la necesidad de escapar de la realidad, de montarme paraísos en mi mente para relajarme y dejar de pensar que todo es una mierda.
Pues bien, me está ocurriendo, siento la necesidad de cortar la corriente de pensamientos negativos que últimamente puebla mi cabeza.
Me apetece que me atonte Sálvame, que me cuenten la boda de la Duquesa de Alba y las peleas de la Esteban para experimentar una suerte de lobotomización figurada que calme mi mal rollo permanente. Dibujo imágenes en mi mente sobre mi vida en el campo o en la playa con mi perro y mi amor para ver si segrego endorfinas que hagan renacer mi borrada sonrisa. De momento, no funciona demasiado.